La economía que nunca fue y la que nunca debió ser
Ricardo J. Gómez
Ricardo Gómez es profesor de Matemáticas y Física (1958), profesor de Filosofía (1966). Master en Arte en historia y filosofía de la Ciencia (1978) y Ph.D. en Filosofía de la Indiana University (1982). Fue profesor de Filosofía de las Ciencias (La Plata, 1967-1976) y del doctorado en Economía de la UBA (1971-1976, 1991 hasta el presente). Es actualmente profesor de Filosofía de las Ciencias en la California State University (Los Angeles). Autor de Las teorías científicas (1977), Neoliberalismo y seudociencia (1995) y Neoliberalismo globalizado (2003), a la vez que de más de sesenta artículos en su especialidad. E-mail: lorigomez@aol.com
Ricardo J. Gómez
Ricardo Gómez es profesor de Matemáticas y Física (1958), profesor de Filosofía (1966). Master en Arte en historia y filosofía de la Ciencia (1978) y Ph.D. en Filosofía de la Indiana University (1982). Fue profesor de Filosofía de las Ciencias (La Plata, 1967-1976) y del doctorado en Economía de la UBA (1971-1976, 1991 hasta el presente). Es actualmente profesor de Filosofía de las Ciencias en la California State University (Los Angeles). Autor de Las teorías científicas (1977), Neoliberalismo y seudociencia (1995) y Neoliberalismo globalizado (2003), a la vez que de más de sesenta artículos en su especialidad. E-mail: lorigomez@aol.com
Félix Schuster dedicó parte de su investigación filosófica a la economía. Y lo hizo con lo que para nosotros fue una loable sensatez. Nuestro propósito en este merecido homenaje a su trayectoria intelectual es conjeturar que:
1. el ideal de una economía modelada sobre la metodología de la física nunca fue, ni pudo ser;
2. la versión real de dicha economía, tal como aparece en la obra de Hayek y su mentor epistemológico Popper, no se adecuan a la que creemos es la postura de Schuster, siempre más cercana, en objetivos y métodos, a las propuestas de Marx. Creemos que Schuster coincidiría con nuestra afirmación de que tal concepción de la economía manifestada en las usuales versiones neoliberales de la misma, nunca debió ser.
La economía que nunca fue
Tal economía es el resultado de una lamentable confusión basada en una versión errónea de una física que nunca fue.
Más claramente: todo fue consecuencia de una falsa analogía entre la economía y una mal comprendida física newtoniana.
Se creyó, erróneamente, que tal física era un infalible instrumento de predicción sin tener en cuenta que su capacidad predictiva dependía de adoptar ciertas restricciones que no fueron tenidas en cuenta al modelar la economía sobre dicha física.
Se imitó una física que nunca fue, dando lugar a una economía que nunca fue realmente exitosa porque no podía serlo debido a que estaba construida sobre una falsa analogía.
Los economistas procedieron sin percatarse de que dicha física newtoniana, al no poder resolver el problema de los tres cuerpos, adoptaba una enorme cláusula ceteris paribus según la cual todo acaecía como si la influencia de un tercer cuerpo, al explicar el movimiento de un cuerpo alrededor de otro considerado como centro del movimiento, fuera prescindible. Como en verdad no lo era, al considerar la influencia real de dicho tercer cuerpo se hacían correcciones para subsanar las obvias desviaciones del segundo cuerpo respecto de la órbita anticipada por el cálculo incluyendo la cláusula restrictiva.
Desde el punto de vista histórico, todo ello generó un grave problema a Newton, pues se puso de relieve que no se podía representar el movimiento real de todos los planetas del sistema solar en una única ecuación algebraica.
Leibniz consideró ello como una limitación insalvable de la propuesta newtoniana, porque él exigía para mostrar la inteligibilidad del sistema y de su creador que el sistema debía desplegar las regularidades que observamos, cosa que no se logra si no se obtiene tal prueba formal para todos los planetas.
La ley de gravitación daba cuenta, a lo sumo, del movimiento de un planeta por vez alrededor de un centro masivo. Si se introduce un tercer cuerpo (segundo planeta) las ecuaciones no son más solucionables algebraicamente.
En 1889, Henri Poincaré, en una brillante exhibición de manejo de toda la matemática de la época
(Sobre el problema de los tres cuerpos y las ecuaciones de la dinámica ), mostró que no había modo de resolver, usando incluso todos los recursos matemáticos disponibles, el problema de los tres cuerpos. Además, mostró que en un mundo donde muchos objetos se mueven libremente bajo atracción gravitatoria pueden ocurrir colisiones críticas impredecibles.
Por ende, en el mundo real de los movimientos físicos es imposible la predicción completa. Nada de esto fue considerado por los economistas de la época. De ahí que la propuesta teórica económica con una predictividad analogizada sobre una supuesta predictividad irrestricta de la física estaba condenada al fracaso predictivo.
Tal economía nunca fue lo que se esperaba de ella. Es que no podía serlo porque la física sobre la que se modeló nunca fue. Este fue un error lamentable de la economía neoclásica y continúa siendo hoy en algunos círculos económicos un ideal predictivo que ahora sabemos que no se puede alcanzar.
Va de suyo que todo lo señalado constituye otro episodio más de una larga y lamentable historia de intentos de reducción metodológica de las ciencias humanas a las naturales. La economía fue muchas veces un ejemplo paradigmático de tal fallido reduccionismo. No debemos confundir la dificultad anterior con la imposibilidad de certeza en nuestras predicciones. Poincaré, entre otros, reconoce que todas nuestras predicciones en ciencias son meramente probables, aunque en ciertos casos, tal probabilidad puede ser considerada como “prácticamente equivalente a la certeza [pero] es solamente una probabilidad” (Poincaré, 1946: 341). Ninguna ley, en opinión de Poincaré, será alguna vez algo más que aproximada y probable.
Los científicos de todas las disciplinas nunca dejaron de reconocerlo. Es decir que esto es válido tanto para la física y la astronomía como para la economía. Poincaré agrega que el científico cree que toda ley puede ser reemplazada por otra más probable. En todos los casos, cada ley es solo provisional, pero el reemplazo por nuevas y más probables conjeturas puede ser siempre continuado indefinidamente, por lo que tal proceso se aproximará indefinidamente a la exactitud tanto como lo decida el científico. De ahí que Poincaré afirme que “todas las ciencias serían solo aplicaciones inconscientes del cálculo de probabilidades. Condenar a tal cálculo sería condenar a la totalidad de la ciencia” (Poincaré, 1946: 157).
Por supuesto, la certeza queda descartada. Dicha certeza, sería alcanzable en principio, si la naturaleza fuera esencialmente simple. Pero “esto es lo que no tenemos derecho a hacer” (Poincaré, 1946: 133).
Por ejemplo, “la simplicidad de las leyes de Kepler es solo aparente. Esto no impide que sea aplicable muy cercanamente a todo sistema análogo al sistema solar; pero impide que sea rigurosamente exacta” (Poincaré, 1946: 133).
Las predicciones de toda disciplina, independientemente del problema particular de los tres cuerpos, tendrán tal limitación ineludible, pero manejable, porque siempre es posible, en principio, asumir un determinado error según lo recomienden las circunstancias.
En sentido estricto, ningún economista está violando pauta procedural alguna por operar con predicciones de tal tipo. Además, es inevitable que tenga que proceder así, toda vez que pretenda obtener predicciones.
Sin embargo, si analiza una situación económica analogizando el procedimiento newtoniano de ignorar la influencia de un tercer ítem comete un gravísimo pecado de omisión que le conducirá a predicciones groseramente erróneas no mejorables por la propuesta de nuevas leyes si es que se continúa procediendo como si el tercer ítem fuera irrelevante.
Otra limitación ineludible de toda ciencia es relativa a la construcción de modelos. Ninguno de ellos puede ser reproducción fiel de la situación modelada. Por ende, toda hipótesis o ley de tal modelo es siempre aproximada. Pero, otra vez, tal aproximación es siempre, en principio mejorable, con el correspondiente progreso en la capacidad representativa y predictiva de las hipótesis o leyes del modelo. Tal limitación es, nuevamente, de un orden por completo diferente a la dificultad planteada por el problema de los tres cuerpos. Este último remite a una analogía con una física que nunca fue, mientras que aquella es parte ineludible de toda ciencia, sea la física, la astronomía o la economía.
Economía sin paralelismo predictivo con la física
Sin embargo, cabe aclarar que no todo enfoque o gran aproximación teórica a la economía asumió el paralelismo con la física. Un ejemplo notable de ello lo constituyó la escuela austriaca y, en particular, su más famoso representante, Hayek, quien en sus estudios sobre filosofía, política y ciencia de 1967, enfatizó la imposibilidad de lograr en economía el tipo de predicción propio de las ciencias exactas.
De acuerdo con Hayek, los fenómenos económicos tienen un grado de complejidad distinto al de los fenómenos físicos. Por ello, lo que podemos predecir no son hechos singulares, sino patrones de hechos.
Así, el sistema de las ecuaciones simultáneas que Leo Walras –uno de los más importantes matemáticos de la versión neoclásica de la economía– utilizó para establecer las relaciones generales entre precios, por una parte, y las cantidades de mercancías vendidas y compradas, por otra, no permite predecir precios específicos; solo nos permite predecir un cierto patrón de hechos. Además, la predicción de un cierto patrón como “si supiéramos todos los parámetros en las ecuaciones de Walras, podríamos conocer los precios” depende de ciertos supuestos como “la mayoría de la gente se involucra en el comercio para obtener un ingreso”, “la gente prefiere un ingreso alto a uno bajo” y “la gente no está impedida de comerciar”.
Estos supuestos determinan el rango de las variables, pero no determinan los valores particulares de las mismas. Esta suerte de complejidad inevitable de los fenómenos sociales impide hablar, según Hayek, de reducibilidad de tales ciencias a la física. Aunque el método para todas ellas es análogo (de conjeturas y refutaciones), lo que ha de variar debido a los distintos grados de complejidad de los fenómenos estudiados, es lo que se puede lograr en ellas. Mientras en algunas será posible la predicción de hechos singulares, en otras solo se logrará la anticipación de la recurrencia de ciertos patrones de hechos.
Hayek concluye que
“en lugar de predicción es mejor hablar de orientación . No podemos predecir eventos singulares, pero nos podemos orientar a nosotros mismos. Tendremos poco poder de control en los desarrollos futuros, pero nuestro conocimiento de qué tipos de fenómenos pueden ser esperados y qué tipos pueden no serlo nos ayudarán a hacer nuestra acción más efectiva”.
Y agrega que “nosotros podemos hablar de cultivación, en el sentido en que un granjero cultiva sus plantas, en tanto y en cuanto él solo puede controlar algunas de las circunstancias determinantes, pero no todas” (Hayek, 1967: 42).
Hayek enfatiza que, en consecuencia, al pagar un precio en predictibilidad se ha de pagar ineludiblemente también un precio en falsabilidad. Las hipótesis utilizadas para anticipar devienen menos falsables. Por lo tanto, no podemos proponer ni experiencia ni experimentos cruciales para decidir entre teorías competitivas. Esto no sucede porque estamos tratando con ciencias inmaduras, sino porque la naturaleza de los fenómenos bajo estudio así lo determina. Cuanto más conozcamos la complejidad de los fenómenos estudiados, más nos vamos a convencer de que tenemos que hacer concesiones a la falsabilidad de nuestra hipótesis y de que para poder manejar la complejidad tengamos que usar modelos formales simplificadores.
Pero la falsabilidad es un requisito demarcador sagrado para alguien como Hayek, que afirmó: “He derivado mi posición epistemológica y muchas ideas de los trabajos de Popper”. La economía pues, en sentido estricto, nunca fue falsable del modo no ambiguo en que lo fueron, siempre para Popper y Hayek, las ciencias físicas. Algo análogo sucede con el otro autor mayor del neoliberalismo. De acuerdo con Friedman, lo que el economista puede hacer cuando la evidencia empírica es falsadora, es reducir el dominio de aplicabilidad de la hipótesis y teoría con evidencia falsadora1. En tal caso, la hipótesis o teoría podrá mantenerse porque las consecuencias falsadoras quedarían fuera del nuevo dominio de aplicabilidad. Esta estrategia, independientemente de ser honesta respecto de la práctica real de los economistas neoliberales, lleva al extremo la tesis hayekiana de la disminución de la falsabilidad de las hipótesis o teorías en economía.
Para hacer tal reducción de dominio de aplicabilidad, no hay algoritmo decisorio alguno. Friedman recomienda que, en tales casos, debemos confiar en la opinión de los expertos, quienes, por supuesto, recomendarán algo en función de los presupuestos y valores que ellos sostengan en tanto expertos. Visualizamos ahora otro rasgo de una economía que nunca fue. Jamás ella procedió, porque no pudo hacerlo, para la aceptación o rechazo de sus hipótesis o teorías recurriendo exclusivamente a un mero algoritmo en términos de buena lógica y confiable evidencia empírica. Pero, entonces, hay algo más importante que la economía nunca fue, algo que Toulmin también reconoce2.
Economía y valores
La economía nunca fue valorativamente neutra. Ni pudo serlo. Como hemos señalado en diversas ocasiones, ello se debe especialmente a que todo discurso económico asume una serie de presupuestos ontológicos, epistemológicos y éticos que hace que ciertos sistemas de valores sean constitutivos de dichos discursos3. Así, por ejemplo, la economía neoliberal presupone la validez infaltable del principio de racionalidad económica, que el mercado es el locus supremo de dicha racionalidad, que la libertad es el valor supremo a respetar, etc. Todo ello permea las decisiones económicas, especialmente en el contexto de justificación, y hace ineludible la presencia de valores. En esta oportunidad preferimos, al respecto, concentrarnos en otros autores. Toulmin enfatiza que toda decisión en el ámbito de la aceptación o rechazo de hipótesis y teorías económicas, así como la evaluación de futuribles alternativos (al ser imposible la predicción rigurosa de un único futuro), involucra siempre un componente situacional abarcando intereses y conflictos jamás insoslayables. Por eso, lo mejor que podemos hacer a menudo es manejar la situación de modo que ayude a moderar los conflictos involucrados sin agregar nuevas dificultades. Ello pone de relieve que en economía es imposible el distanciamiento total que exige la noción clásica de objetividad, hoy ya en crisis. Lo que debemos considerar, en cambio, es la necesidad de la toma de conciencia de los intereses involucrados, así como de los valores utilizados en las tomas de decisión para lograr así una más abierta, honesta y no utópica objetividad.
La economía nunca fue valorativamente neutra. Ni pudo serlo. Como hemos señalado en diversas ocasiones, ello se debe especialmente a que todo discurso económico asume una serie de presupuestos ontológicos, epistemológicos y éticos que hace que ciertos sistemas de valores sean constitutivos de dichos discursos3. Así, por ejemplo, la economía neoliberal presupone la validez infaltable del principio de racionalidad económica, que el mercado es el locus supremo de dicha racionalidad, que la libertad es el valor supremo a respetar, etc. Todo ello permea las decisiones económicas, especialmente en el contexto de justificación, y hace ineludible la presencia de valores. En esta oportunidad preferimos, al respecto, concentrarnos en otros autores. Toulmin enfatiza que toda decisión en el ámbito de la aceptación o rechazo de hipótesis y teorías económicas, así como la evaluación de futuribles alternativos (al ser imposible la predicción rigurosa de un único futuro), involucra siempre un componente situacional abarcando intereses y conflictos jamás insoslayables. Por eso, lo mejor que podemos hacer a menudo es manejar la situación de modo que ayude a moderar los conflictos involucrados sin agregar nuevas dificultades. Ello pone de relieve que en economía es imposible el distanciamiento total que exige la noción clásica de objetividad, hoy ya en crisis. Lo que debemos considerar, en cambio, es la necesidad de la toma de conciencia de los intereses involucrados, así como de los valores utilizados en las tomas de decisión para lograr así una más abierta, honesta y no utópica objetividad.
De ahí que Toulmin afirme que “en las ciencias sociales como en todo otro lugar, el problema de alcanzar la objetividad es el de aprender cómo contrarrestar nuestros propios sesgamientos y distorsiones. Ello requiere explicitar los intereses y valores que traemos a nuestra investigación”. Como consecuencia, “imparcialidad y objetividad son normas generales que pueden adquirir fuerza específica en la práctica, solamente cuando se las entiende como corporizadas en clases particulares de situaciones y casos” (Toulmin, 2001: 96)4.
Por lo tanto, la carga valorativa ineludible presente en toda decisión relativa a la economía, no impide la objetividad, ahora entendida en sentido práctico, realista. Ello, por supuesto, abarca también los juicios de buenos o malos resultados económicos, metas u objetivos a alcanzar y juicios globales acerca de grupos o de la sociedad como un todo (grupo, institución o sociedad que funciona bien o funciona mal).
En vez de poder predecir un futuro como ineludible, es posible discutir los futuribles que podemos, en principio, llegar a realizar.
Podremos así tratar de hacer lo mejor posible para crear las condiciones que nos ayuden a movernos en una mejor dirección en lugar de adoptar peores alternativas.
En el lenguaje de Toulmin, cuando queremos que la Razón funcione adecuadamente en el ámbito de lo práctico tomando en cuenta la situación en que se opera, su historia y las peculiaridades de los agentes intervinientes, debemos pasar de una versión racional (rigurosa, formal, ineluctable) a una razonable de la situación.
Esta es justamente la apelación necesaria a la opinión del experto de la que hablaba Friedman. Esta razonabilidad es la que exige un lugar imprescindible para la prudencia, la cual involucra necesariamente el evitar la pedantería de suponer que las decisiones acerca de conductas de agentes humanos son predecibles de la misma manera y con el mismo rigor que la de la marcha de los planetas, con la consiguiente imprudencia de suponer que las decisiones en tal ámbito están guiadas por algoritmos formales aplicables mecánicamente como guías de decisiones necesarias, únicas e inmejorables. Más claramente: la exigencia de que las ciencias sociales, como la economía, sean objetivas no acarrea que sean valorativamente neutras y, por ende, no implica que toda consideración ética sea dejada de lado. La racionalidad-razonabilidad operante en economía tiene pues una inseparable dimensión ético-práctica. Esto queda enfatizado porque, tal como ha señalado el premio nobel de economía, A. Sen, existe una relación recíproca entre racionalidad y libertad5. Por una parte, el concepto de elección razonada adquiere un rol crucial en el concepto de libertad. Por otra parte, racionalidad depende de libertad, porque sin algún tipo de libertad de elección, la idea de “elección racional” sería vacua. Además, el concepto de racionalidad debe acomodar la diversidad de razones que pueden determinar una elección. El concepto de autointerés y la reducción de decisión racional a la maximización del mismo disocia a la conducta individual de valores y ética, porque elimina toda otra razón para elegir (disminuye libertad y distorsiona la racionalidad). Además, es también distorsionador en relación con la predicción pues en muchísimas acciones prestamos, de hecho, atención a las exigencias de la cooperación. La racionalidad científica de la que habla Sen involucra, así, la exigencia del autoescrutinio razonado de nuestros objetivos y valores. No es como la racionalidad propia de la economía neoclásica y neoliberal una racionalidad limitada por reducción a una mera racionalidad instrumental calculadora. No acepta, sin discusión razonada, objetivos prefijados incluso por tradición. Ella puede permitir el reconocimiento de objetivos que no son reducidos al propio bienestar. Dicha razón se usa, pues, no solo para proseguir racionalmente determinados objetivos y valores, sino también para investigar y criticar los objetivos y valores mismos. Como corolario, forma parte de tal racionalidad el uso de tales valores y objetivos aceptados tras discusión crítica para hacer elecciones sistemáticas. En síntesis: la economía nunca fue economía meramente descriptiva. Es decir, nunca fue lo que los maestros y epígonos de la economía neoclásica y neoliberal pretendieron hacer creer, una ciencia que para ser tal debía ser valorativamente neutra. Por el contrario, toda economía, en tanto ciencia acerca de agentes humanos actuando en libertad y utilizando razones para elegir entre objetivos y para decidir entre medios para alcanzarlos, lleva preñada en sí una dimensión práctica que la hace desde el vamos y desde siempre fundamentalmente normativa.
La economía que nunca debió ser
Como ya anticipamos, creemos que Schuster estaría de acuerdo con nuestra tesis sobre la economía que nunca fue y que nunca pudo ser por las razones apuntadas, además porque quedó empíricamente refutada por su fracaso en cumplir con la promesa de hacer posible una vida mejor para la mayoría de los hombres y porque desdeñó explícitamente valores como justicia social, además de negar responsabilidad moral alguna por las consecuencias éticas nefastas como las del aumento de la pobreza y de la distancia entre los más ricos y los más pobres en todo lugar donde era aplicada. Asimismo, conjeturamos especialmente que Schuster afirmaría que tal economía nunca debió ser porque se oponía a toda forma de economía de corte marxista, a partir de una lamentablemente distorsionadora interpretación de Marx.
Para mostrar la plausibilidad de esta conjetura, propondremos cómo Schuster contestaría a las afirmaciones de Popper acerca de dos cuestiones centrales vinculadas tanto a la economía como a las tesis de Marx al respecto: la predicción en ciencias sociales y el rol del método dialéctico en economía.
Imaginemos pues un posible diálogo entre Popper (P) y Schuster (S) tal como nosotros pensamos que este le respondería a aquel acerca de dichas cuestiones.
P: “Muchos de mis colegas racionalistas son marxistas. Se sienten atraídos por el marxismo especialmente porque adopta el método de predicción que practican las ciencias naturales [...] En consecuencia, trataré de mostrar que tal afirmación no tiene justificación y que el tipo de profecías que el marxismo ofrece son en relación con su carácter lógico más emparentadas con las del Antiguo Testamento que con aquellas de la física” (Popper, 1968: 337).
S: Por una parte, en oposición a los colegas marxistas de Popper, la economía política marxista no pretende hacer predicciones. El supuesto erróneo de Popper al respecto es creer que Marx confundió leyes y tendencias, algo que Popper afirmó explícitamente en La miseria del historicismo (1957). Sin embargo, Marx jamás lo hizo tal como lo muestra su afirmación de que “siempre pueden operar contrainfluencias [...] cancelando el efecto de la ley general y dándole simplemente el carácter de una tendencia” (1967). No hay, según Marx, leyes suprahistóricas, por lo que no hay tampoco predicciones que vayan más allá de un determinado modo de producción; e incluso para el modo de producción capitalista, porque las leyes siempre operan como tendencias. Uno de los objetivos centrales es relacionar las tendencias inherentes a una cosa a su naturaleza esencial. Aquí es donde la dialéctica tiene el rol central de mostrar cómo a partir del carácter de un ítem (por ejemplo, de la contradicción entre valor de uso y valor de cambio ínsita en una mercancía), es posible derivar todas las contradicciones exhibiendo que la entidad que se nos aparece (la mercancía) es dialécticamente contradictoria. Tal como yo señalé: “el reconocimiento de las categorías económicas básicas [por ejemplo, mercancía] se realiza en el primer estadio del proceso cognoscitivo (de lo concreto a lo abstracto) [...] y de allí se deducen las diferentes categorías (desarrollando este pasaje mediante la dialéctica) pasándose ahora de lo abstracto a lo concreto” (Schuster, 1992: 82). Marx, contra lo que afirma Popper, nunca sostuvo que “sería posible predecir revoluciones como lo es predecir eclipses” (Popper, 1968: 338). Por otra parte, las profecías, de acuerdo con Popper, operan como anticipaciones incondicionales, o sea, como predicciones que han de acaecer incondicionalmente. En tanto Marx, no aceptó predicciones exactas, mucho menos pudo haber aceptado predicciones incondicionales. Por lo tanto, ni es cierto que Marx realizó profecías, ni que debido a su supuesto carácter profético, los enunciados de Marx se parecen a los del Antiguo Testamento .
P: “Las ciencias sociales [para los historicistas como Marx] estudian la conducta de totalidades sociales tales como grupos, naciones, clases, civilizaciones, etc. Estas totalidades sociales son concebidas como los objetos empíricos que estudian las ciencias sociales [...] No es verdad que nombres como el de clase media refieren a alguno de dichos grupos empíricos” (Popper, 1968: 341).
S: El holismo de Marx no consiste en su aceptación de nuevas totalidades (empíricas o no) postuladas más allá de los individuos que las componen. El holismo de Marx tiene que ver con conjuntos de individuos socialmente interrelacionados, para descubrir las contradicciones que constituyen el principio motor de sus desarrollos. Tal como cuando afirmé que “Marx emplea el método dialéctico para poner en evidencia las relaciones internas y contradictorias [de esa totalidad llamada] el sistema económico capitalista [...] revela el modo del crecimiento del sistema (desarrollando el pasaje de unas categorías a otras)” (Schuster, 1992: 90). Hay pues en Marx una fuerte propuesta realista: las categorías económicas y el orden de su desarrollo “expresa el contenido del sistema y su modo de organización interna, es decir, sus leyes. El orden de las categorías reproduce el orden mismo del sistema económico analizado” (Schuster, 1992: 83). En consecuencia, la dialéctica marxista involucra una ontolología no atomista de acuerdo con la cual las entidades son complejos de opuestos cuyas contradicciones internas se resuelven solo a través de un proceso dialéctico. Cada una de dichas entidades (o complejos simples) están conectadas de determinadas maneras solo en relación con los complejos más amplios de los que forman parte. O sea que las formas que pueden estar presentes en dichos desarrollos no tienen existencia fuera de los mismos, de modo análogo al que los individuos miembros de esas totalidades son lo que son, no anteriormente a, sino debido a las relaciones que los ligan entre sí y a la totalidad. En consecuencia, el holismo marxista está muy lejos tanto del atomismo individualista (presupuesto por el individualismo metodológico de Popper) como del idealismo que concibe a las leyes de la realidad como impuestas por la mente a la misma.
P: “Pero esta exigencia [holismo] puede fácilmente dar lugar a otra concepción errónea [...] que puede ser descripta como la ‘teoría conspirativa de la sociedad’. Es la postura según la cual sea lo que acaezca en la sociedad, incluyendo a las cosas que en general la gente no gusta [...] son el resultado del diseño directo de algunos individuos o grupos poderosos” (Popper, 1968: 341).
S: Marx nunca suscribió a alguna teoría conspirativa de la sociedad. Marx jamás se refirió a fundamentos subjetivos tales como el “diseño” de algún grupo rector. Su versión no fue en términos de ‘buenos’ versus ‘malos’; los fundamentos últimos eran siempre, según él, estructurales y objetivos.
P: “Estoy convencido de que estos fines [humanitarios] no pueden ser alcanzados por métodos revolucionarios. Por el contrario, estoy convencido de que estos solo pueden empeorar las cosas –ellos aumentarán el sufrimiento innecesario, conducirán a más y más violencia, y destruirán la libertad [...]” (Popper, 1968: 343).
S: La cita anterior es un caso paradigmático de extremismo filosófico. ¿Empeoran las cosas siempre las revoluciones? ¿Conducen ellas necesariamente a la destrucción de la libertad? La respuesta dada por la historia política de los pueblos a ambas preguntas es rotundamente negativa. Las revoluciones son siempre el último recurso para terminar con un sufrimiento ya imposible de soportar y, en un gran número de casos, ocurrieron para lograr o restaurar la libertad. Popper también ha dicho que “una revolución es susceptible de reemplazar viejos amos con nuevos amos, pero entonces ¿quién garantiza que los nuevos han de ser mejores?” (1968: 344). La respuesta es sencilla: las revoluciones usualmente tienen lugar porque las personas han llegado a convencerse de que no puede haber nada peor que los viejos amos; además, si se aplicara universalmente la pregunta-objeción de Popper, el resultado sería la eterna preservación del statu quo.
P: “A los marxistas se les ha enseñado a pensar en términos de clases, y no de instituciones” (Popper, 1968: 346).
S: Este es otro grueso error de interpretación por parte de Popper. Desde Marx en adelante, los marxistas han discutido las instituciones. Pero, de acuerdo con ellos, las instituciones siempre corporizan y representan intereses de clase. Es cuestión de moverse a
S: Marx nunca suscribió a alguna teoría conspirativa de la sociedad. Marx jamás se refirió a fundamentos subjetivos tales como el “diseño” de algún grupo rector. Su versión no fue en términos de ‘buenos’ versus ‘malos’; los fundamentos últimos eran siempre, según él, estructurales y objetivos.
P: “Estoy convencido de que estos fines [humanitarios] no pueden ser alcanzados por métodos revolucionarios. Por el contrario, estoy convencido de que estos solo pueden empeorar las cosas –ellos aumentarán el sufrimiento innecesario, conducirán a más y más violencia, y destruirán la libertad [...]” (Popper, 1968: 343).
S: La cita anterior es un caso paradigmático de extremismo filosófico. ¿Empeoran las cosas siempre las revoluciones? ¿Conducen ellas necesariamente a la destrucción de la libertad? La respuesta dada por la historia política de los pueblos a ambas preguntas es rotundamente negativa. Las revoluciones son siempre el último recurso para terminar con un sufrimiento ya imposible de soportar y, en un gran número de casos, ocurrieron para lograr o restaurar la libertad. Popper también ha dicho que “una revolución es susceptible de reemplazar viejos amos con nuevos amos, pero entonces ¿quién garantiza que los nuevos han de ser mejores?” (1968: 344). La respuesta es sencilla: las revoluciones usualmente tienen lugar porque las personas han llegado a convencerse de que no puede haber nada peor que los viejos amos; además, si se aplicara universalmente la pregunta-objeción de Popper, el resultado sería la eterna preservación del statu quo.
P: “A los marxistas se les ha enseñado a pensar en términos de clases, y no de instituciones” (Popper, 1968: 346).
S: Este es otro grueso error de interpretación por parte de Popper. Desde Marx en adelante, los marxistas han discutido las instituciones. Pero, de acuerdo con ellos, las instituciones siempre corporizan y representan intereses de clase. Es cuestión de moverse a
un nivel más profundo de análisis, más allá de la mera superficie institucional de una determinada sociedad.
P: “[...] Puede mostrarse fácilmente que si hubiéramos de aceptar contradicciones, tendríamos que abandonar todo tipo de actividad científica [...] Esto puede ser probado mostrando que si se admiten dos enunciados contradictorios, debe ser admitido cualquier enunciado” (Popper, 1968: 312-335).
S: Es difícil imaginar un error más elemental acerca de la dialéctica que el cometido por Popper en la última cita tomada justamente de su trabajo ¿Qué es la dialéctica? Es verdad que, de acuerdo con la lógica formal estándar, una contradicción implica cualquier otra proposición. Sin embargo, este no es el caso con la dialéctica, que no es formal, ni está regida por las mismas pautas que las de la lógica estándar. Popper parece asumir que las contradicciones dialécticas deben seguir las mismas leyes que las de la lógica estándar. Al hacerlo, distorsiona el carácter propio y distintivo de la dialéctica.
P: “[...] Puede mostrarse fácilmente que si hubiéramos de aceptar contradicciones, tendríamos que abandonar todo tipo de actividad científica [...] Esto puede ser probado mostrando que si se admiten dos enunciados contradictorios, debe ser admitido cualquier enunciado” (Popper, 1968: 312-335).
S: Es difícil imaginar un error más elemental acerca de la dialéctica que el cometido por Popper en la última cita tomada justamente de su trabajo ¿Qué es la dialéctica? Es verdad que, de acuerdo con la lógica formal estándar, una contradicción implica cualquier otra proposición. Sin embargo, este no es el caso con la dialéctica, que no es formal, ni está regida por las mismas pautas que las de la lógica estándar. Popper parece asumir que las contradicciones dialécticas deben seguir las mismas leyes que las de la lógica estándar. Al hacerlo, distorsiona el carácter propio y distintivo de la dialéctica.
Popper creía que su crítica al historicismo, en la que utiliza argumentos análogos a los anteriores, “destruye completamente al marxismo en sus pretensiones de cientificidad” (1968: 343). Creemos que Schuster en su imaginario diálogo con Popper ha mostrado que ello no es así porque su ataque a Marx está basado en fuertes malentendidos y distorsiones de la posición de Marx. Por supuesto, Schuster ha ido mucho más allá de lo poco discutido en este trabajo acerca de Marx y la dialéctica; pero como dicen que “para muestra basta un botón”, solo nos queda esperar que lo hayamos elegido bien.
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1. Ver, por ejemplo, Friedman (1968).
2. Toulmin afirma que “las ciencias humanas pueden avanzar en esta alternativa [opuesta a aquellas al estilo de Hayek, Friedman, Popper] [...] solo si [...] abandonan el mito de la ciencia valorativamente neutra ” (2001: 106).
3. Ver, por ejemplo, Gómez (2003), especialmente capítulo V.
4. Allí se afirma, además, que “las abstracciones involucradas en física, por las cuales Mercurio, Venus y Marte, son recaracterizados con propósitos calculativos ‘cuerpos moviéndose libremente atraídos por un centro pesado de fuerza’, son una fuente de gran parte del poder intelectual de la física, pero las interacciones típicas y concretas de los asuntos humanos resisten en gran medida tal tipo de abstracción. Allí estamos operando con individuos en lugar de clases, y las diferencias entre esos individuos frustra la generalización” (2001: 163).
5. Ver Sen (2002).
Referencias bibliográficas
FRIEDMAN, Milton. 1968. “The Methodology of Positive Economics” en Brodbeck, M. (ed.) Readings in the Philosophy of the Social Sciences (Nueva York-Londres: Macmillan-Collier). GOMEZ, Ricardo. 2003. Neoliberalismo Globalizado. Refutación y Debacle (Buenos Aires: Ediciones Macchi). HAYEK, Friedrich. 1967 Studies in Philosophy, Politics and Science (Chicago: University of Chicago Press). LEIBNIZ, Gottfried Wilhelm. 1995. Philosophical Writings (Londres: J. M. Dent).
FRIEDMAN, Milton. 1968. “The Methodology of Positive Economics” en Brodbeck, M. (ed.) Readings in the Philosophy of the Social Sciences (Nueva York-Londres: Macmillan-Collier). GOMEZ, Ricardo. 2003. Neoliberalismo Globalizado. Refutación y Debacle (Buenos Aires: Ediciones Macchi). HAYEK, Friedrich. 1967 Studies in Philosophy, Politics and Science (Chicago: University of Chicago Press). LEIBNIZ, Gottfried Wilhelm. 1995. Philosophical Writings (Londres: J. M. Dent).
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