1. INTRODUCCIÓN
Suele acusarse a los
historiadores del pensamiento económico, con razón, de no ocuparnos de las
aportaciones de las mujeres a nuestra ciencia. ¿Acaso no hubo ninguna
contribución analítica o teórica, ningún hecho que pueda reseñarse o
atribuirse, de alguna de nuestras colegas femeninas? Este trabajo quiere
adentrarse en la figura de una mujer, economista, que vivió en el centro de un
momento peculiar de nuestra ciencia, desde un lugar privilegiado, justo cuando
estaba teniendo lugar la profesionalización de la economía como tal ciencia. Su
estudio podrá ayudarnos a entender mejor la evolución de la economía entre
finales del siglo XIX y principios del XX, así como las aportaciones de los
economistas ingleses, especialmente de Cambridge, que impulsaron el análisis
neoclásico de la economía.
La figura de Mary Paley Marshall, nombre mixto de soltera y casada con el que gustaba firmar sus trabajos y correspondencia tras su matrimonio, es realmente peculiar y curiosa, porque de su actitud hacia la vida como persona y de su faceta profesional como economista se extraen diferentes caracteres que ella supo mostrar y desarrollar con toda oportunidad, según las circunstancias de su propia vida iban cambiando. Pueden, por tanto, como ha señalado Austin Robinson, diferenciarse periodos diferentes en su vida, con comportamientos diferentes, aunque siempre manifestados desde la sencillez como persona, la jovialidad de carácter, y la fortaleza de la defensa de sus creencias y opiniones como mujer y como economista. Esos tres períodos serían su infancia y juventud, época en la que dio un paso histórico al ser una de las estudiantes femeninas de la primera promoción de graduadas en la Universidad de Cambridge; los más de cuarenta años que convivió en su matrimonio con Alfred Marshall, una de las figuras más destacadas en círculos académicos y científicos en la Inglaterra Victoriana; y su vida tras la muerte de su esposo a quien sobrevivió veinte años.
Desde luego, el período más largo de todos ellos fue su vida junto a Alfred Marshall que caracterizó a una Mary Paley como protagonista secundaria, realizando una labor más callada, modesta y fiel, en ocasiones sumisa, frente a la figura de su marido; pero, no se engañe el lector, Mary siempre se mantuvo firme en la defensa de sus opiniones. Fue, sin duda, una clara defensora del papel de la mujer en el trabajo, en los círculos académicos y en la vida; y lo fue siempre. Si en algún momento no llevó más lejos su lucha contra algunas posturas opuestas a estos principios, que su propio marido llegó a defender con mayor ahínco a medida que maduraba, fue para no romper y defender una relación y una vida en común en la que creía y que amaba.
Las palabras de Giacomo Becattini pueden servir como introducción de estas páginas que precisamente intentan investigar cuánta posible verdad encierran las mismas:
«de no haber sido por la sofocante influencia de Alfred, Mary Paley, con su clarividencia mental, su seriedad y su fuerte voluntad, habría logrado ser por sí misma una prestigiosa y renombrada economista y no, como es el caso, una figura menor a la sombra de Alfred Marshall.»2
En cualquier caso, Mary Paley merece ser traída a estas páginas -o a cualquier seminario sobre mujeres economistas- porque marcó un hito en la historia de la integración de la mujer en la economía y en la Universidad, con la correspondiente creación de Colleges femeninos; fue la primera profesora adjunta a cátedra de Economía en Cambridge; participó en la redacción de las obras de Marshall, llegando a publicar de forma conjunta su primer libro, The Economics of Industry (1879), y participó activamente en la organización y desarrollo de la Marshall Library of Economics, en Cambridge, durante los últimos veinte años de su vida, asesorando a los estudiantes de economía y modernizando las relaciones universitarias hacia formas más próximas a como hoy las conocemos.
Los historiadores del pensamiento económico tenemos, además, una razón profesional para estudiar la figura de Mary Paley Marshall: ella estaba interesada y se ocupaba de nuestra materia.
No hay duda de que Alfred Marshall fue el mejor economista teórico y analítico de su tiempo, que escribió el mejor libro de Economía -utilizado como manual- durante muchos años, los Principios de Economía (1890). También se ocupó Marshall de la historia económica. Los mismos Principios cuentan con un importante sustrato y sustento histórico a sus ideas y teorías, y otras obras como Industry and Trade, publicada en 1919, están inspiradas en un método más inductivo y aplicando las enseñanzas que pueden extraerse de la historia industrial y comercial de algunas naciones. Historia que también aprendió de sus respectivos viajes a Alemania (1868 y 1869-70) y Estados Unidos (1875), y que incorporaba como instrumental metodológico a su análisis. Preparaba además sus clases con ambas herramientas, teoría e historia, y recuerda Mary Paley que, cuando sus enseñanzas tenían un contenido histórico, él preparaba apuntes y notas en casa, y luego caminaba hasta el aula para poner todo en orden en su cabeza. Incluso el Apéndice B de sus Principios, y otros pasajes desperdigados en ese libro, recogen referencias del desarrollo histórico de la ciencia económica. Sin embargo, Mary manifestó interés concreto y se ocupó específicamente de la historia de la teoría económica.
Sabemos este detalle por el propio Marshall que, según relata Groenewegen, muestra cierta ingenuidad por su parte en materia de libros raros cuando, al poco de salir el artículo que sobre Richard Cantillon había escrito Jevons, Marshall pidió a Foxwell -en nombre de su esposala única copia que acababa de redescubrir Jevons del Ensayo de Cantillon. Foxwell, amigo de Jevons y discípulo y amigo de Marshall, debió horrorizarse ante tal petición y, en una postal timbrada el 9 de febrero de 1883, Marshall le envía el siguiente texto:
«No se aflija ni impaciente sobre Cantillon. No lo iba a leer justamente ahora, incluso aunque lo tuviese. Se encuentra completamente alejado de mi actual linea de trabajo. Sólo Mary se encuentra investigando en la Historia de la Teoría Económica y estaba fascinada por lo que Jevons había dicho de él. Si vamos a Cambridge por Pascua, no dude que ella se lo pedirá prestado y leerá parte del mismo. De ninguna manera nos lo envíe por ferrocarril. Cuando le escribí no sabía que el libro era tan preciado, aunque ahora que lo pienso, debería haberlo sabido.»3
En las páginas que siguen intentaré dar unas ideas sobre su biografía, resaltando sus logros principales dentro del ámbito del papel que tenía la mujer en el mundo y la época que le tocaron vivir, y luego analizaremos algunas cuestiones relativas a su profesión como economista y su relación con Alfred, tanto en términos conyugales como profesionales.
.................
1 Agradezco los comentarios de los profesores John Reeder, Manuel Santos Redondo y Carlos Rodríguez Braun a un primer borrador de este trabajo, así como los de los asistentes a la séptima sesión del seminario sobre «Mujeres economistas, siglos XIX y XX», organizado por la profesora Elena Gallego Abaroa, celebrada el 18 de abril de 2001 en la Faculdad de CC. Económicas de la Universidad Complutense de Madrid.
2 Becattini (1987), p. 364.
La figura de Mary Paley Marshall, nombre mixto de soltera y casada con el que gustaba firmar sus trabajos y correspondencia tras su matrimonio, es realmente peculiar y curiosa, porque de su actitud hacia la vida como persona y de su faceta profesional como economista se extraen diferentes caracteres que ella supo mostrar y desarrollar con toda oportunidad, según las circunstancias de su propia vida iban cambiando. Pueden, por tanto, como ha señalado Austin Robinson, diferenciarse periodos diferentes en su vida, con comportamientos diferentes, aunque siempre manifestados desde la sencillez como persona, la jovialidad de carácter, y la fortaleza de la defensa de sus creencias y opiniones como mujer y como economista. Esos tres períodos serían su infancia y juventud, época en la que dio un paso histórico al ser una de las estudiantes femeninas de la primera promoción de graduadas en la Universidad de Cambridge; los más de cuarenta años que convivió en su matrimonio con Alfred Marshall, una de las figuras más destacadas en círculos académicos y científicos en la Inglaterra Victoriana; y su vida tras la muerte de su esposo a quien sobrevivió veinte años.
Desde luego, el período más largo de todos ellos fue su vida junto a Alfred Marshall que caracterizó a una Mary Paley como protagonista secundaria, realizando una labor más callada, modesta y fiel, en ocasiones sumisa, frente a la figura de su marido; pero, no se engañe el lector, Mary siempre se mantuvo firme en la defensa de sus opiniones. Fue, sin duda, una clara defensora del papel de la mujer en el trabajo, en los círculos académicos y en la vida; y lo fue siempre. Si en algún momento no llevó más lejos su lucha contra algunas posturas opuestas a estos principios, que su propio marido llegó a defender con mayor ahínco a medida que maduraba, fue para no romper y defender una relación y una vida en común en la que creía y que amaba.
Las palabras de Giacomo Becattini pueden servir como introducción de estas páginas que precisamente intentan investigar cuánta posible verdad encierran las mismas:
«de no haber sido por la sofocante influencia de Alfred, Mary Paley, con su clarividencia mental, su seriedad y su fuerte voluntad, habría logrado ser por sí misma una prestigiosa y renombrada economista y no, como es el caso, una figura menor a la sombra de Alfred Marshall.»2
En cualquier caso, Mary Paley merece ser traída a estas páginas -o a cualquier seminario sobre mujeres economistas- porque marcó un hito en la historia de la integración de la mujer en la economía y en la Universidad, con la correspondiente creación de Colleges femeninos; fue la primera profesora adjunta a cátedra de Economía en Cambridge; participó en la redacción de las obras de Marshall, llegando a publicar de forma conjunta su primer libro, The Economics of Industry (1879), y participó activamente en la organización y desarrollo de la Marshall Library of Economics, en Cambridge, durante los últimos veinte años de su vida, asesorando a los estudiantes de economía y modernizando las relaciones universitarias hacia formas más próximas a como hoy las conocemos.
Los historiadores del pensamiento económico tenemos, además, una razón profesional para estudiar la figura de Mary Paley Marshall: ella estaba interesada y se ocupaba de nuestra materia.
No hay duda de que Alfred Marshall fue el mejor economista teórico y analítico de su tiempo, que escribió el mejor libro de Economía -utilizado como manual- durante muchos años, los Principios de Economía (1890). También se ocupó Marshall de la historia económica. Los mismos Principios cuentan con un importante sustrato y sustento histórico a sus ideas y teorías, y otras obras como Industry and Trade, publicada en 1919, están inspiradas en un método más inductivo y aplicando las enseñanzas que pueden extraerse de la historia industrial y comercial de algunas naciones. Historia que también aprendió de sus respectivos viajes a Alemania (1868 y 1869-70) y Estados Unidos (1875), y que incorporaba como instrumental metodológico a su análisis. Preparaba además sus clases con ambas herramientas, teoría e historia, y recuerda Mary Paley que, cuando sus enseñanzas tenían un contenido histórico, él preparaba apuntes y notas en casa, y luego caminaba hasta el aula para poner todo en orden en su cabeza. Incluso el Apéndice B de sus Principios, y otros pasajes desperdigados en ese libro, recogen referencias del desarrollo histórico de la ciencia económica. Sin embargo, Mary manifestó interés concreto y se ocupó específicamente de la historia de la teoría económica.
Sabemos este detalle por el propio Marshall que, según relata Groenewegen, muestra cierta ingenuidad por su parte en materia de libros raros cuando, al poco de salir el artículo que sobre Richard Cantillon había escrito Jevons, Marshall pidió a Foxwell -en nombre de su esposala única copia que acababa de redescubrir Jevons del Ensayo de Cantillon. Foxwell, amigo de Jevons y discípulo y amigo de Marshall, debió horrorizarse ante tal petición y, en una postal timbrada el 9 de febrero de 1883, Marshall le envía el siguiente texto:
«No se aflija ni impaciente sobre Cantillon. No lo iba a leer justamente ahora, incluso aunque lo tuviese. Se encuentra completamente alejado de mi actual linea de trabajo. Sólo Mary se encuentra investigando en la Historia de la Teoría Económica y estaba fascinada por lo que Jevons había dicho de él. Si vamos a Cambridge por Pascua, no dude que ella se lo pedirá prestado y leerá parte del mismo. De ninguna manera nos lo envíe por ferrocarril. Cuando le escribí no sabía que el libro era tan preciado, aunque ahora que lo pienso, debería haberlo sabido.»3
En las páginas que siguen intentaré dar unas ideas sobre su biografía, resaltando sus logros principales dentro del ámbito del papel que tenía la mujer en el mundo y la época que le tocaron vivir, y luego analizaremos algunas cuestiones relativas a su profesión como economista y su relación con Alfred, tanto en términos conyugales como profesionales.
.................
1 Agradezco los comentarios de los profesores John Reeder, Manuel Santos Redondo y Carlos Rodríguez Braun a un primer borrador de este trabajo, así como los de los asistentes a la séptima sesión del seminario sobre «Mujeres economistas, siglos XIX y XX», organizado por la profesora Elena Gallego Abaroa, celebrada el 18 de abril de 2001 en la Faculdad de CC. Económicas de la Universidad Complutense de Madrid.
2 Becattini (1987), p. 364.
3
Groenewegen (1995), p. 673. Marshall terminó comprando su copia de Cantillon en 1889 al precio de £7 o
el equivalente del 20% de su ingreso per cápita estimado en 1885.
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