Aristóteles, como su maestro Platón, fue un pensador político, 
en la medida en que habría de dedicar buena parte de sus 
investigaciones teóricas a estudiar la polis como núcleo referencial de 
la vida humana, ya que consideraba al hombre como animal político.
Al mismo tiempo la filosofía política de Aristóteles ofrecía 
continuidad a la labor platónica de buscar cómo establecer la justicia 
en la polis reflexionando críticamente sobre el modo de su 
organización. 
La polis era un tipo de asociación natural, según Aristóteles, del 
mismo modo que lo eran la familia y la aldea. Pero, a diferencia de 
estas, la polis constituía el escenario donde el ser humano podía 
desarrollar todas sus más altas potencialidades como hombre, porque 
la polis o comunidad política se bastaba a sí misma, exigiendo el 
gobierno de todos mediante ley pública, y aspiraba al bien común.
Para Aristóteles, el hecho de ser ciudadano, es decir miembro 
perteneciente a la polis (animal político) era el grado más alto de 
humanidad. Así, Aristóteles entendía que el hombre era animal 
político porque tenía logos y era precisamente el logos el que le 
capacitaba para distinguir no solo lo verdadero de lo falso sino 
también lo justo de lo injusto.
Ahora bien, la polis no se hacía sola. Era necesario un buen 
gobierno. Y eso exigía prudencia en todo momento y cálculo racional. 
Por eso Aristóteles distinguía entre gobiernos rectos, aquellos que 
tienden al bien común, y gobiernos desviados, aquellos que solo 
apuntaban en la dirección del bien privado de sus gobernantes. 
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